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La tecnología en México necesita dejar de ser maquila y convertirse en pasión

En México la tecnología suele verse como trabajo o trámite. En otros países es pasión, juego y comunidad. Necesitamos romper con la mentalidad de maquila y atrevernos a experimentar, fallar y crear, no por un diploma ni por un sueldo, sino por la chispa de inventar.
La tecnología en México necesita dejar de ser maquila y convertirse en pasión

He tenido la oportunidad de viajar a diferentes países para asistir a eventos de tecnología. Desde DEFCON en Las Vegas, hasta convenciones de programación en Alemania o reuniones en Sudamérica. Y en todos esos lugares vi algo que en México casi no existe: la tecnología vivida como pasión, como hobby, como diversión.

En esos espacios, la gente aprende por gusto, experimenta solo para ver qué pasa, se reúne a platicar del futuro aunque no haya dinero de por medio. Se arma un proyecto porque sí, se prueba un lenguaje raro solo por curiosidad, se conecta un cable extraño a ver qué sucede. Y lo disfrutan.

En México, en cambio, lo que más he escuchado es: “¿y cuánto van a pagar?” o “¿te dieron un papel para tu currículum?”. Lo vi dando clases en la universidad, lo vi trabajando en empresas y lo sigo viendo en muchas conversaciones. Aquí, casi siempre el aprendizaje se mide en función del sueldo o del diploma.

Eso tiene una explicación: México creció con una cultura de maquila. Somos un país que produce, que sigue procesos, que hace funcionar lo que otros diseñan. Y eso ha servido para muchas cosas, sí. Pero esa misma lógica nos ha quitado algo: la curiosidad.

La innovación no nace de la maquila. Nace del juego. Nace de quienes se obsesionan con un detalle inútil y, sin querer, terminan creando algo nuevo. Los avances que hoy admiramos en otras partes del mundo salieron de personas que jugaban, que exploraban, que no estaban esperando a que les pagaran.

Aquí casi no pasa eso. Tenemos comunidades tecnológicas, pero muchas giran alrededor de certificaciones, empleos o patrocinios. Lo que falta son espacios donde la gente se junte solo por la emoción de inventar, de probar, de hablar de futuros locos.

Cuando alguien me preguntó: “¿para qué fuiste hasta Alemania a aprender programación en Commodore 64, si no te dieron un diploma?”, entendí que ahí está el problema. No se trata del papel. Se trata de la chispa. La tecnología como juego, no como trámite.

En México necesitamos un cambio cultural. Necesitamos que leer un manual viejo sea tan normal como ver una serie. Que armar un robot casero sea tan común como jugar futbol. Que fallar en un experimento sea motivo de orgullo, no de burla.

Porque la pregunta no debería ser “¿y cuánto pagan?”. La pregunta debería ser: “¿qué tan lejos podemos llegar con esto?”.

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